Mi propósito es hablar sobre los cuentos de hadas, aunque bien sé que ésta es una empresa arriesgada. Fantasía es una tierra peligrosa, con trampas para los incautos y mazmorras para los temerarios. Y de temerario se me puede tildar, porque, aunque he sido un aficionado a tales cuentos desde que aprendí a leer y en ocasiones les he dedicado mis lucubraciones, no los he estudiado, en cambio, como profesional. A penas si he sido en esa tierra algo más que un explorador sin mundo (o un intruso), lleno de asombro pero no de preparación.
Ancho, alto y profundo es el reino de los cuentos de hadas, y lleno todo el de cosas diversas: hay allí toda suerte de bestias y pájaros; mares sin riveras e incontables estrellas; belleza que embelesa y un peligro siempre presente; la alegría, lo mismo que la tristeza, son afiladas como espadas. Tal vez un hombre pueda sentirse dichoso de haber vagado por ese reino, pero su misma plenitud y condición arcana atan la lengua del viajero que desee describirlo. Y mientras está en él le resulta peligroso hacer demasiadas preguntas, no vaya a ser que las puertas se cierre y desaparezcan las llaves.
J.R.R. Tolkien, Sobre los cuentos de hadas, en Los monstruos y los críticos y otros ensayos.
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